El autismo: entender la mente y componer las piezas

Francesca Happé

1997

Traducción: Cristina Fanlo

Texto original: Autism: understanding the mind, fitting together the pieces (http://www.mindship.org/happe.htm)

La explicación que la teoría de la mente da al autismo sugiere que los niños y adultos con autismo tienen dificultades para entender los pensamientos y sentimientos de los demás. Esta explicación ha resultado útil para hacer predicciones específicas sobre capacidades intactas y capacidades afectadas. Por ejemplo, no todos los aspectos de la socialización necesitan de la capacidad para pensar sobre pensamientos. En efecto, investigaciones recientes han mostrado que, en las personas con autismo, no todos los aspectos de la socialización se encuentran alterados parece más correcto pensar en el autismo no como una alteración de la sociabilidad, sino como una alteración de la habilidad social. Por tanto, la idea de que las personas con autismo tiene ceguera mental ha sido útil, tanto desde un punto de vista teórico como práctico. Sin embargo, la teoría de la mente no puede explicarlo todo sobre el autismo. Quedan en especial dos preguntas: ¿Cómo es posible que algunas personas con autismo superen los tests sobre teoría de la mente? ¿Cómo podemos explicar los déficits (y las habilidades) no sociales que muestran muchas personas con autismo? En este artículo, hablaré sobre estas cuestiones y propondré que la idea de que las personas con autismo tienen una coherencia central débil puede proporcionar algunas posibles respuestas.

La explicación de la Teoría de la mente sobre el autismo

Actualmente, el autismo se define a nivel del comportamiento, en base a alteraciones en la socialización, la comunicación y la imaginación, que implican que el juego creativo es sustituido por intereses repetitivos estereotipados (DSM-III-R, APA 1987). Las teorías psicológicas del autismo tratan de explicar este conjunto de síntomas concurrentes en base a determinadas características cognitivas subyacentes, que a su vez son el resultado de las múltiples causas biológicas implicadas en el trastorno (Gillberg & Coleman, 1992). Al pensar sobre lo que es diferente en la mente de la persona con autismo, tratamos de establecer enlaces causales entre los síntomas conductuales del autismo y los orígenes biológicos que se le suponen (Schopler & Mesibov).

Una explicación del autismo que en la actualidad es influyente fue la que empezó a mediados de la década de los ochenta, a partir de estudios realizados sobre el desarrollo de la comprensión social en los niños pequeños. Baron-Cohen, Leslie y Frith (1985) establecieron la hipótesis de que las personas con autismo no tienen una teoría de la mente, término un poco confuso utilizado por Premack (Premack & Woodruff, 1978) para expresar la capacidad de atribuir estados mentales independientes a uno mismo y a los demás con el fin de predecir y explicar los comportamientos. Esta hipótesis estaba parcialmente basada en el análisis de Leslie de las habilidades cognitivas subyacentes en los niños normales de 2 años para comprender el juego de ficción (Leslie, 1987, 1988) junto con la observación de que los niños con autismo muestran alteraciones en la imaginación (Wulff, 1985). Esto condujo a la hipótesis de que el autismo podría constituir una alteración específica del mecanismo cognitivo necesario para representarse estados mentales, o mentalizar. Leslie ha sugerido que este mecanismo puede ser innato y específico (el módulo de la teoría de la mente, ToMM o theory of mind module), lo que haría posible el que esta función estuviera dañada en una persona con una inteligencia normal en otros aspectos.

El primer test de esta teoría consistía en reconocer la creencia falsa de un personaje en la prueba de Sally y Ana (una variante de la tarea Maxi de Wimmer & Perner, 1983). En este test, el niño ve a Sally (una muñeca) que esconde una canica en su cesta y se va; a continuación Ana cambia la canica a su propia cesta. Al niño se le hacen preguntas de control de la memoria y la pregunta clave del test, que es ¿Dónde buscará Sally la canica? Baron-Cohen, Leslie y Frith encontraron que el 80% de su muestra de niños con autismo contestaron incorrectamente que Sally miraría en la caja, donde está realmente la canica. Por el contrario, la mayor parte de los niños normales de 4 años, así como el 86% de un grupo de niños con síndrome de Down, contestaron correctamente que Sally miraría en la cesta, creyendo de modo equivocado que la canica estaría allí. Se consideró que este descubrimiento era la evidencia de un déficit específico del autismo, el pensar sobre pensamientos, esto es mentalizar.

Cortes finos a lo largo de una costura escondida

La idea de que la gente con autismo tiene dificultades para comprender los pensamientos y sentimientos de los demás ha sido útil en muchos sentidos para el estudio del autismo. La ceguera mental parece explicar bien la tríada de alteraciones sociales, de comunicación y de imaginación que muestran las personas con autismo de cualquier edad (Wing & Gould, 1978). No solamente ilumina esta tríada, sino que hace también cortes finos dentro de la tríada de alteraciones autistas. El comportamiento social y comunicativo no consiste en una sola pieza, cuando se considera desde el nivel cognitivo. Parte de este comportamiento, pero no todo, requiere de la capacidad de mentalizar (esto es, de representar estados mentales). Así por ejemplo, la aproximación social no necesita construirse sobre la comprensión de los pensamientos de los demás en este sentido, Hermelin y O’Connor (1970) demostraron, para sorpresa inicial de mucha gente, que los niños autistas prefieren estar con otras personas, igual que los niños no autistas de la misma edad mental. Sin embargo, el compartir la atención con alguien más necesita la capacidad de mentalizar y este comportamiento no se da en el desarrollo de los niños con autismo, incluso en los de mayor nivel de funcionamiento, tal y como informan de un modo consistente los padres (Newson, Dawson & Everard, 1984).

La explicación del autismo a partir del déficit mentalista ha permitido una aproximación sistemática al comportamiento social y comunicativo, alterado o no, de las personas con autismo. La hipótesis de que las personas con autismo carecen de capacidad mentalista nos permite realizar finos cortes en el suave espectro de los comportamientos. Esta hipótesis ha incitado un montón enorme de investigaciones, tanto a favor como en contra de la teoría (revisado por Happé, 1994d; Baron-Cohen, Tager-Fluscher & Cohen, 1993; Happé, 1994a).

Limitaciones de la teoría de la mente

La explicación mentalista nos ha ayudado a comprender la naturaleza de las alteraciones autistas en el juego, la interacción social y la comunicación verbal y no verbal pero el autismo es más que la tríada clásica de alteraciones.

Caracteristicas que no estan en la triada

Las impresiones clínicas, originadas por Kanner (1943) y Asperger (1944; traducidas en Frith, 1991) y que han resistido la prueba del tiempo incluyen las siguientes:

  • Repertorio restringido de intereses (necesario para el diagnóstico en DSM-II-R, APA, 1987)
  • Deseo obsesivo de invarianza (una de las dos características cardinales para Kanner y Eisenberg, 1956)
  • Islotes de capacidad (criterio esencial en Kanner, 1943)
  • Capacidades de idiot savant (impresionantes en 1 de cada 10 niños autistas, Rimland & Hill, 1984
  • Extraordinaria memoria de repetición
  • Preocupación por partes de los objetos (característica diagnóstica en el DSM-IV, a punto de salir

Todos estos aspectos del autismo que caen fuera de la tríada están descritos de manera muy vívida en la mayoría de los informes de padres sobre el desarrollo de sus hijos autistas (Park, 1987; Hart, 1989; McDonnell, 1993). Ninguno de estos aspectos puede explicarse por una falta de mentalismo.

Por supuesto que las características que son llamativas desde un punto de vista clínico no tienen por qué ser características específicas del trastorno. Sin embargo, también existe un cuerpo sustancial de trabajo experimental (gran parte de él anterior a la teoría del mentalismo) que demuestra anormalidades no sociales que son específicas del autismo. Hermelin y O’Connor fueron los primeros en presentar lo que era, de hecho, un método diferente de cortes finos (resumido en su monografía de 1970), que consistía en la comparación de grupos de niños autistas y niños no autistas con otra minusvalía mental, de la misma edad mental. La Tabla 1 resume algunos de sus resultados más relevantes.

Tabla 1: Descubrimientos experimentales no explicados por la ceguera mental
Ventajas y desventajas sorprendentes en tareas cognitivas, que presentan los sujetos autistas con relación a las asimetrías que se esperan normalmente
Excepcionalmente fuertes Excepcionalmente débiles Ejemplos
Memoria de hileras de palabras Memoria de frases Hermelin & O’Connor, 1967
Memoria de ítems inconexos Memoria de ítems relacionados Tager-Fluschberg, 1991
Repetición de sinsentidos Repetición con composición Aurnhmammer-Frith, 1969
Imposición del patrón Detección de patrones Frith, 1970a,b
Rompecabezas por la forma Rompecabezas por el dibujo Frith & Hermelin, 1969
Clasificar caras por los complementos Clasificar caras por personas Weeks & Hobson, 1987
Reconocimiento de caras invertidas Reconocimiento de caras en posición normal Langdell, 1978

La minoria con talento

La teoría del déficit mentalista del autismo no puede, por lo tanto, explicar todas las características del mismo. Tampoco puede ofrecer una explicación para todas las personas con autismo. Incluso en el primer test de la hipótesis (Baron-Cohen y otros, 1985), alrededor del 20% del grupo autista superó la tarea de Sally y Ann. La mayor parte de estos niños que tuvieron éxito también superaron otro test de mentalización el ordenar historias ilustradas relacionadas con estados mentales (Baron-Cohen, Leslie & Frith, 1986) —lo que sugiere la existencia de una cierta habilidad subyacente real para mentalizar. Baron-Cohen (1989a) resolvió esta discordancia aparente de la teoría mostrando que estos niños con talento no superaban una tarea de la teoría de la mente más difícil (de segundo orden) que les exigiera entender lo que Mary piensa que John piensa. Sin embargo, los resultados de otros estudios sobre personas con autismo de alto funcionamiento (Bowler, 1992; Ozonoff, Rogers & Pennington, 1991) han mostrado que algunos de ellos pueden superar las tareas de teoría de la mente de un modo continuado y que aplican estas habilidades en otras áreas (Happé, 1993), mostrando asimismo señales de un comportamiento social perspicaz en la vida cotidiana (Frith, Happé & Siddons, 1994). Una posible explicación de por qué persiste el autismo en estas personas con talento es el postular la existencia de un trastorno cognitivo adicional y permanente. ¿Cuál podría ser este trastorno?

Se puede considerar que el reciente interés en los déficits de la función ejecutiva en autismo (Hughes & Russell, 1993; Ozonoff, Pennington & Rogers, 1991) emerge de algunas de las limitaciones de la teoría de la mente que hemos comentado anteriormente. Ozonoff, Pennington & Rogers (1991) hallaron que, aunque no todas las personas con autismo y/o Síndrome de Asperger mostraban un déficit en la teoría de la mente, ninguno de ellos conseguía superar la prueba de clasificación de tarjetas de Wisconsin (WCST) ni la tarea de la Torre de Hanoi (dos pruebas estándar para medir las funciones ejecutivas de cambio de estrategias de clasificación, inhibición y planificación). En base a este descubrimiento, los autores sugieren que los trastornos de la función ejecutiva constituyen un factor causal primario en el autismo. Sin embargo, el carácter específico de esta teoría (y su fuerza consiguiente) para ofrecer una explicación causal tiene que ser todavía confirmada mediante una comparación sistemática con otros grupos no autistas que muestren trastornos en las funciones ejecutivas (Bishop, 1993). Aunque un trastorno adicional de las funciones ejecutivas pueda explicar algunas características (quizás no específicas) del autismo (por ejemplo, estereotipias, incapacidad de planificar, impulsividad), no está claro que pueda explicar los déficits y habilidades específicos resumidos en la Tabla 1.

La teoria de la coherencia central

Motivada por la firme creencia de que tanto las capacidades como las deficiencias del autismo emergen de una única causa en el nivel cognitivo, Frith (1989) propuso que el autismo se caracteriza por un desequilibrio específico en la integración de información a distintos niveles. Una característica del procesamiento normal de la información parece ser la tendencia a conectar la información diversa para construir un significado de más alto nivel dentro del contexto, la "coherencia central", en palabras de Frith. Por ejemplo, lo esencial de una historia se recuerda fácilmente, mientras que lo superficial se pierde rápidamente y es un esfuerzo inútil retenerlo. Bartlett (1932), al resumir sus famosas series de experimentos para recordar imágenes e historias, concluía: …una persona generalmente no retiene una situación con todo detalle… En todos los ejemplos normales, posee una fuerte tendencia a quedarse sencillamente con una impresión general del conjunto; y en base a esto, construye el detalle más probable (p. 206). Otro ejemplo de coherencia central es la facilidad con la que reconocemos el sentido adecuado con el contexto de muchas de las palabras ambiguas que usamos en el habla cotidiana (revelar-rebelar; uso-huso; hay-ay; vaca-baca). Se puede observar también una tendencia similar para procesar la información en un determinado contexto para darle un sentido global con material no verbal por ejemplo, nuestra tendencia diaria para no tomar en cuenta los detalles de una pieza de un rompecabezas y basarnos en la posición que esperamos ocupe dentro del conjunto del cuadro. Es probable que esta preferencia para manejarse con niveles de significado más elevados pueda también ser característica de personas con retraso mental (no autistas), que parecen ser sensibles a las ventajas que tiene el recordar material organizado frente al no organizado (por ej. Hermelin & O’Connor, 1967).

Frith sugirió que esta característica universal del procesamiento humano de la información estaba alterada en el autismo, y que una falta de coherencia central podría explicar de manera muy sucinta las capacidades y los déficits que aparecen en la Tabla 1. En base a esta teoría, Frith predijo que las personas con autismo serían relativamente buenas en aquellas tareas en las que se primaba la atención en la información local (procesamiento relativamente fragmentario), pero que lo harían mal en tareas que requiriesen el reconocimiento del sentido global. Un ejemplo interesante es el procesamiento de caras, tarea que parece implicar dos tipos de procesamiento, el de los rasgos y el del conjunto (Tanaka & Farah, 1993). De estos dos tipos de información, el que se altera cuando se invierte la presentación de las caras es el procesamiento del conjunto (Rhodes, Brake & Atkinson, 1993; Bartlett & Searcy, 1993). Esto puede explicar el descubrimiento, antes incomprensible, de que las personas con autismo tienen menos problemas para procesar caras invertidas (Langdell, 1978; Hobson, Ouston & Lee, 1988). Sin embargo, la facilidad para procesar rasgos puede desaparecer cuando se trata de reconocer la expresión emocional de la cara, ya que aquí es necesario un procesamiento de conjunto; esto hace que las personas con autismo tengan dificultades relativamente importantes para reconocer las emociones.

Evidencia empirica: las capacidades

La primera señal sorprendente que apuntaba hacia la teoría apareció de manera totalmente inesperada, cuando Amitta Shah empezó a averiguar las supuestas alteraciones perceptivas de los niños autistas mediante el test de las figuras enmascaradas. ¡Los niños eran casi mejores que la experimentadora! Se comparó a veinte personas con autismo (edad media, 13, edad mental no verbal 9,6) con 20 niños con trastornos del aprendizaje de la misma edad y de la misma edad mental y con 20 niños normales de 9 años. Se les dio a estos niños la prueba de las figuras enmascaradas para niños (CEFT; Witkin y otros, 1971), utilizando un procedimiento ligeramente modificado que consistía en un cierto entrenamiento previo con formas recortadas. El test consistía en descubrir una figura escondida (un triángulo o la forma de una casa) dentro de un dibujo mayor con un significado (por ejemplo, un reloj). Durante la prueba, los niños podían indicar la figura escondida bien señalándola, bien utilizando una forma recortada de la figura escondida. De una puntuación máxima de 25, los niños con autismo obtuvieron una media de 21 ítems correctos, mientras que los dos grupos de control (que no se distinguían significativamente en sus puntuaciones) obtuvieron una media de 15 o menos. Gottschad (1926) atribuía la dificultad para encontrar figuras enmascaradas al hecho de que el conjunto tuviera una predominancia abrumadora. La facilidad y la rapidez con las que los niños autistas encontraban la figura escondida en el estudio de Shah & Frith (1983) recuerdan a las anécdotas que se cuentan normalmente de la rapidez con la que localizan objetos pequeños (por ej., un hilo en una alfombra estampada) y lo rápidamente que descubren cualquier cambio de última hora en el entorno familiar (por ejemplo, la disposición de los productos de limpieza en la estantería del cuarto de baño).

El estudio de las figuras enmascaradas fue introducido en la psicología experimental por los psicólogos de la Gestalt, que creían que se necesitaba hacer un esfuerzo especial para resistirse a la tendencia de ver la gestalt (el todo) forzosamente creada en detrimento de las partes que la forman (Koffka, 1935). Quizás esta lucha para resistirse a las fuerzas de la gestalt (forma) en su conjunto no se dé en las personas con autismo. Si debido a una coherencia central débil, las personas con autismo poseen un acceso privilegiado a las partes y los detalles normalmente bien enmascarados en figuras globales, entonces se pueden hacer nuevas predicciones sobre la naturaleza de sus islotes de capacidad.

Una prueba en la que, de forma consistente, se muestra que los sujetos autistas tienen un rendimiento superior respecto a otros subtests, y a menudo en relación con otras personas de su misma edad, es el subtest del diseño de bloques de las Escalas de Inteligencia de Weschler (Weschler, 1974,1981). Este test, que introdujo por vez primera Kohs (1923) consiste en la separación de dibujos lineales en unidades lógicas, de forma que los bloques individuales se puedan utilizar para reconstruir el diseño original a partir de las partes separadas. Los diseños se caracterizan por tener fuertes cualidades de gestalt, y la dificultad que la mayoría de la gente encuentra en esta tarea parece relacionarse con problemas al romper el diseño global en los bloques constituyentes. Aunque muchos autores han visto en este subtest un islote de capacidad del autismo, la explicación que se ha dado normalmente es que a unas habilidades generales espaciales intactas o superiores (Lockyer & Rutter, 1970; Prior, 1979). A partir de la teoría de la coherencia central, Shah y Frith (1993) sugirieron que la ventaja mostrada por los sujetos autistas se debe específicamente a su capacidad para ver mejor las partes que el todo. Estas autoras predijeron que los sujetos normales, pero no autistas, se beneficiarían de una pre-segmentación de los diseños

Se propuso un experimento en el que tomaron parte 20 personas con autismo, 3 personas normales y 12 personas con dificultades de aprendizaje y que consistía en construir 40 diseños de bloques diferentes a partir de modelos dibujados presegmentados o completos. Las personas con autismo que tenían un CI no verbal normal o casi normal se equiparaban con niños normales de 16 años. Las personas con autismo que tenían un CI no verbal por debajo de 85 (y no inferior a 57) se comparaban con niños con trastornos del aprendizaje con un CI y una edad cronológica parecidos (18 años) y con niños normales de 10 años. Los resultados mostraron que la habilidad de las personas autistas en esta tarea provenía de una mayor capacidad para segmentar el diseño. Las personas con autismo mostraron un rendimiento superior a de los grupos de control con una sola condición: cuando se trabajaba a partir de diseños del todo. Los grupos de control ganaban mucha ventaja al utilizar diseños pre-segmentados, ventaja que disminuía de modo significativo en el grupo autista, con independencia de su nivel de CI. Por otro lado, todos los grupos se hallaban igualmente afectados cuando se presentaban otras condiciones, tales como contrastar la presencia y ausencia de líneas oblicuas, así como una presentación con o sin giro. Estos últimos hallazgos permitieron concluir que los factores viso-espaciales generales parecen totalmente normales en las personas con autismo, y que la superioridad en el diseño de bloques no puede explicar una habilidad espacial general superior.

Evidencia empirica: los deficits

Así como la teoría de la coherencia central débil otorgue ventajas significativas en aquellas tareas en las cuales es útil un procesamiento preferente de las partes sobre el todo, cabría esperar que esta teoría implicara desventajas considerables en las tareas que consisten en la interpretación de estímulos individuales en función del contexto y del significado global. Un caso en el que el significado de los estímulos individuales se ve modificado por el contexto en el que están es el de la desambiguación de homógrafos. Para elegir la pronunciación adecuada (acorde con el contexto) de las siguientes frases, se tiene que procesar la palabra final como parte del significado global de la frase: He had a pink bow (tenía un lazo rosa), He made a deep bow (hizo una gran reverencia), (nota: bow se pronuncia de modo distinto según tenga un significado u otro), In her eye there was a big tear (en su ojo había una gran lágrima), In her dress there was a big tear (en su vestido había un gran roto) (Nota: tear se pronuncia de modo distinto según tenga un significado u otro). Frith & Snowling (1983) predijeron que este tipo de desambiguación contextual sería problemática para las personas con autismo. Pasaron el test a 8 niños con autismo, con una edad de lectura entre 8 y 10 años, y los compararon con 6 niños disléxicos y 10 niños normales de la misma edad de lectura. En el caso de los niños autistas, el número de palabras pronunciadas de acuerdo con el contexto estaba comprendido entre 5 y 7, de un total de 10; los niños autistas tendían a dar la pronunciación más frecuente, con independencia del contexto de la frase. Por el contrario, los niños disléxicos y normales leían entre 7 y 9 homógrafos de acuerdo con el contexto. Este hallazgo sugirió que los niños con autismo, a pesar de ser excelentes en la descodificación de palabras aisladas, tienen dificultades cuando hay que utilizar señales contextuales. Esto se demostraba también en su relativa incapacidad para contestar preguntar de comprensión y para rellenar huecos en un texto que narra una historia. Este trabajo casa bien con los descubrimientos anteriores (Tabla 1) en lo que respecta a la incapacidad de utilizar el significado y la redundancia en las tareas memorísticas.

La anormalidad de la excelencia

La hipótesis de que las personas con autismo muestran una coherencia central débil trata de explicar que tanto las notorias deficiencias del autismo como sus sorprendentes habilidades son el resultado de una única característica del procesamiento de la información. Una característica de esta teoría es que plantea que los islotes de capacidad y las habilidades de savant se consiguen mediante un procesamiento relativamente anormal, y predice que esto puede ponerse de manifiesto en patrones de error anormales. Un ejemplo podría ser el tipo de error cometido en el test de diseño de bloques. La teoría de la coherencia central sugiere que cuando se cometen errores en el diseño de bloques, serán errores que violan el patrón global más que los detalles. Kramer y otros (1991) hallaron que en los sujetos adultos normales, existía una importante relación entre el número de errores en el test de diseño de bloques que rompían la configuración global y el número de elecciones locales (frente a las globales) que se hacían en una tarea de juicio de similitud (Kimchi & Palmer, 1982). Los datos preliminares de personas con autismo el diseño de bloques (Happé, en preparación) sugieren que, al contrario de lo que ocurre con niños normales, los errores que violan la configuración son mucho más frecuentes que los errores que violan los detalles del patrón.

Un segundo ejemplo lo constituye la habilidad de dibujar del tipo idiot savant. Una excelente habilidad para el dibujo puede estar caracterizada por un estilo de dibujo relativamente desgajado. En el estudio de un caso de un hombre autista con una habilidad artística excepcional, Mottron y Belleville (1993) hallaron que su rendimiento en tres tipos de tareas diferentes sugería una anomalía en la organización jerárquica de las partes locales y globales de las figuras. Los autores observaron que la persona empezaba su dibujo por un detalle secundario e iba progresivamente añadiendo elementos contiguos, y concluyeron que sus dibujos mostraban que no se le daba un estatus preferente a la forma global… sino que tenía lugar una construcción a través de una progresión local. Por el contrario, un delineante profesional que servía como control empezaba construyendo un esquema global y a partir de ahí dibujaba las partes. Queda por ver si otras habilidades de savant pueden explicarse en términos de un estilo de procesamiento igualmente local y pendiente de los detalles.

Coherencia central y capacidad de mentalizar

La coherencia central puede ser útil puede ser útil para explicar algunas de las características de la vida real que, hasta el momento, se han resistido a cualquier explicación, así como para dar sentido a un cuerpo de trabajo experimental que no queda bien explicado por la teoría del déficit mentalista. ¿Puede la coherencia central también arrojar alguna luz sobre las deficiencias permanentes de aquellas personas autistas con talento que dan muestras consistentes de mentalismo? En una primera investigación sobre los vínculos entre la teoría de la coherencia central y la teoría de la mente, Happé (1991,1997) utilizó la tarea de lectura de homógrafos de Snowling & Frith (1986) con un grupo de individuos autistas de buen nivel de funcionamiento. Se les pasó a los sujetos autistas una batería de pruebas de teoría de la mente con dos niveles de dificultad (teoría de la mente de primer y de segundo nivel). Estos sujetos fueron agrupados según su rendimiento (Happé, 1993). Los 5 sujetos que fallaron todas las pruebas de teoría de la mente, los 5 sujetos que superaron todas las tareas de primer orden, pero solamente ésas, y los 6 sujetos que superaron las tareas de primer y de segundo orden fueron comparados con 14 sujetos de edades entre 7 y 8 años. Los sujetos autistas tenían una edad media de 18 años y un CI medio en torno a 80. Los 3 grupos de autistas y el grupo de control obtuvieron la misma puntuación en el número total de palabras leídas correctamente. Sin embargo, tal y como se había predicho, los niños normales eran sensibles a la posición relativa del homógrafo en cuestión y al contexto desambiguador, al contrario que los sujetos autistas (por ejemplo, There was a big tear in her eye (había una gran lágrima en su ojo) frente a In her dress there was a big tear (en su vestido había un roto enorme). Los sujetos normales de control mostraban una ventaja significativa cuando se daba el contexto de la frase antes que las palabras en cuestión (de extraña pronunciación) (puntuando 5 sobre 5, frente a 2 sobre 5 cuando la palabra objeto venía en primer lugar), mientras que los sujetos con autismo (al igual que en el estudio de Frith y Snowling, 1983) tendían a dar la pronunciación más frecuente en cualquier caso (3 pronunciaciones adecuadas sobre 5 en cada caso). Lo importante de este estudio es que esto era cierto en los 3 grupos de autismo, con independencia de su nivel de rendimiento en teoría de la mente. Incluso aquellos sujetos que superaban de modo consistente todas las tareas de teoría de la mente (CI verbal medio de 90)fallaban al usar el contexto de la frase para desambiguar la pronunciación del homógrafo. Por tanto, es posible pensar que la coherencia central débil es una característica de las personas con autismo, incluso de aquéllas que poseen cierta capacidad mentalista.

Happé (1994c) avanzó algo más en esta idea, estudiando los perfiles de subpruebas de los tests WISC-R y WAIS. Se compararon 30 niños y adultos autistas, que habían fallado en las tareas de falsa creencia de segundo orden, con 21 que sí las habían superado. En ambos grupos, la mayoría de los sujetos obtuvieron un resultado mejor en el subtest del diseño de bloques que en otros subtests no verbales; para el 86% del grupo que pasaba las pruebas de teoría de la mente y para el 85% del grupo que no las pasaba, la puntuación del diseño de bloques fue la más alta dentro de los subtests no verbales. Por el contrario, dentro de la medición de las habilidades verbales, en el subtest de comprensión (en el cual parecen necesitarse habilidades sociales y pragmáticas), el rendimiento alcanzaba un mínimo para el 76% del primer grupo, pero solamente para el 30% del segundo grupo. Parece por lo tanto que mientras que las dificultades en el razonamiento social (según nos revelan los tests de Weschler) solamente se ponen de manifiesto en aquellos sujetos que fallan las tareas de teoría de la mente, la destreza en las pruebas no verbales que pueden hacerse mejor con una coherencia central débil es característica de ambos grupos.

Existen, por lo tanto, datos preliminares que hacen pensar en la hipótesis de la coherencia central como un buen candidato para explicar las deficiencias persistentes en la minoría con talento. Así, por ejemplo, cuando las preguntas sobre teoría de la mente se insertan en tareas algo más naturales, que implican la extracción de información a partir del contexto de una historia, incluso aquellos sujetos autistas que superaban las tareas de falsa creencia de segundo orden cometían errores característicos y notorios en la atribución de estados mentales (Happé, 1994b). Puede ocurrir que un mecanismo de teoría de la mente que no se alimente de una información rica e integrada en el contexto sea poco útil en la vida cotidiana (Happé, 1994d).

El descubrimiento de que la coherencia central débil pueda ser una característica de todas las personas con autismo, con independencia de su nivel de teoría de la mente, va contra la primera propuesta de Frith (1989), de que la debilidad en la coherencia central podía explicar por sí misma los trastornos mentalistas. En el momento actual, toda la evidencia existente sugiere que deberíamos mantener la idea de un déficit mentalista modular y específico en nuestra explicación causal de la tríada de alteraciones del autismo. Todavía seguimos creyendo que nada como la ceguera mental captura la esencia del autismo de un modo tan preciso. Sin embargo, esta explicación no se basta a sí misma para explicar el autismo de un modo completo y en todas sus manifestaciones. Por lo tanto, nuestra concepción actual nos llevaría a que podrían existir dos características cognitivas bastante diferentes que subyacen al autismo. En base a los estudios de Leslie (1987,1988), mantenemos que el déficit mentalista puede conceptualizarse de forma útil como la alteración de un único sistema modular. Este sistema tiene una base neurológica, que puede estar dañada al mismo tiempo que deja otras funciones intactas (por ejemplo, un CI normal). Parece que la capacidad mentalista tiene un valor evolutivo tan importante (Byrne & Whiten, 1988; Whiten, 1991) que solamente un daño en el cerebro es capaz de producir déficits en esta área. Por el contrario, el procesamiento característico de la coherencia central débil, tal y como se ha explicado anteriormente, ofrece tanto ventajas como desventajas, al igual que pasaría con una coherencia central fuerte. Por lo tanto, es posible pensar que este equilibrio (entre la preferencia por las partes en vez de por el todo) es afín a un estilo cognitivo, que puede variar en la población normal. Sin duda, este estilo podría estar sujeto a influencias ambientales, pero puede tener además un componente genético. Para buscar el fenotipo del autismo, puede ser por tanto interesante centrarse en los puntos fuerte y débiles del procesamiento de la información en autismo, en términos de central coherencia débil.

Coherencia central y funcion ejecutiva

Mediante este vínculo especulativo con el estilo cognitivo, en vez de un déficit cognitivo, la hipótesis de la coherencia central difiere radicalmente no solamente de la explicación de la teoría de la mente, sino también de otras teorías recientes sobre el autismo. De hecho, todas las demás teorías psicológicas actuales afirman que, en el autismo, existe algún déficit primario significativo y objetivamente dañino. Quizás la más influyente de estas teorías generales sea la idea de que las personas con autismo tienen déficits de la función ejecutiva, que a su vez es causa de las anormalidades sociales y no sociales. La expresión de funciones ejecutivas es un paraguas que cubre una multitud de capacidades cognitivas superiores y es, por lo tanto, probable que se solape hasta cierto punto tanto con las concepciones de la coherencia central como con las de la teoría de la mente. Sin embargo, la hipótesis de que las personas con autismo tienen una coherencia central relativamente débil establece predicciones específicas y distintas incluso dentro del área de la función ejecutiva. Por ejemplo, la inhibición de respuestas prepotentes pero incorrectas puede contener dos elementos independientes: inhibición y reconocimiento de la respuesta adecuada al contexto. El cambio de contexto es un factor que puede hacer que una respuesta prepotente sea incorrecta. El hecho de que un estímulo se procese de modo indistinto, con independencia del contexto, puede dar la impresión de ser un fallo de la inhibición. Sin embargo, puede que las personas con autismo no tengan ningún problema en inhibir la acción cuando el contexto es irrelevante. Desde luego, puede ocurrir también que algunas personas con autismo tengan un trastorno adicional en el control inhibitorio, del mismo modo que tienen deficiencias perceptivas periféricas o problemas específicos de lenguaje.

Expectativas futuras

La explicación que da la coherencia central del autismo es todavía claramente tentativa y adolece de un cierto grado de sobre-extensión. No está claro dónde deberían establecerse los límites de esta teoría y ¡tal vez corra el peligro de tratar de hacerse cargo de todo el problema del Significado! Una de las áreas que hay que definir en el futuro es el nivel de debilidad de la coherencia central en el autismo. Así como los tests de Diseño de Bloques y de las Figuras Enmascaradas parecen utilizar características de procesamiento de un nivel perceptual o relativamente bajo, el trabajo que se hace con la memoria y la compresión verbal sugiere déficits de coherencia de mayor nivel. En los sujetos normales, la coherencia puede encontrarse en muchos niveles, desde el efecto de primacía global en la percepción de figuras jerárquicas (Navon, 1977) hasta la síntesis de grandes cantidades de información y la extracción de inferencias en el procesamiento narrativo (por ejemplo, Trabasso & Suh, 1993). Un camino interesante a seguir puede ser el contrastar la coherencia local dentro de sistemas modulares y la coherencia global a través de estos sistemas en el procesamiento central. Así, por ejemplo, las habilidades de cálculo de fechas del calendario que poseen algunas personas con autismo muestran claramente que la información dentro de un dominio restringido puede ser integrada y procesada en su conjunto (O’Connor y Hermelin, 1984; Hermelin & O’Connor, 1986), pero el fracaso de muchos de estos savants para aplicar sus destrezas numéricas en un campo más amplio (algunos no pueden ni siquiera multiplicar dos números dados) sugiere la existencia de un sistema modular especializado en una tarea cognitiva muy estrecha. De modo similar, Norris (1990) encontró que la construcción de un modelo conexionista de una calculadora de fechas tipo idiot savant solamente tenía éxito cuando se vio obligado a adoptar una aproximación modular.

El nivel de coherencia central puede ser relativo. Así por ejemplo, dentro de un texto, se dan el efecto de asociación local palabra a palabra, el efecto de contexto de la frase y el efecto mayor de estructura de la historia. Estos tres niveles pueden disociarse y puede ocurrir que las personas con autismo el nivel más local de los disponibles en tareas de final abierto. Hay una serie de descubrimientos que sugieren la importancia de evaluar la coherencia central mediante tareas de final abierto. Por ejemplo, Snowling & Frith (1986) demostraron que era posible entrenar a personas con autismo para dar la pronunciación correcta (pero menos frecuente) de homófonos ambiguos de acuerdo con el contexto. Weeks & Hobson (1987) hallaron que las personas con autismo clasificaban fotos de caras por el tipo de sombrero cuando podían elegir libremente el criterio de selección, pero cuando eran capaces, cuando se les pedía de nuevo, de clasificarlas en función de la expresión facial. Perece probable, por lo tanto, que la coherencia central débil en el autismo se ponga de manifiesto más claramente como una preferencia de procesamiento (no consciente), que puede reflejar el coste relativo de dos tipos de procesamiento (uno relativamente global y con significado frente a otro relativamente local y desgajado).

Así como la idea de un déficit en la teoría de la mente ha necesitado varios años y un trabajo considerable (que todavía continúa) para considerarse como empríricamente establecida, la idea de una debilidad en la coherencia central necesitará de un programa de investigación sistemático. Al igual que la explicación de la teoría de la mente, es de esperar que la teoría de la coherencia central, cierta o no, proporcionará un marco útil para pensar en el autismo en el futuro.

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